Por: Gabriela Jiménez Ramírez
El cerebro humano es una máquina maravillosa, tanto que ni la Inteligencia Artificial ha sido capaz de emplear una cantidad de energía limitada para funcionar.
Investigaciones realizadas sobre el tema han descifrado que el cerebro humano, con sus casi 100 mil millones de neuronas, solo utiliza 12 vatios de energía para dirigir el cuerpo, menos de lo requerido por los bombillos, los procesadores de computadoras portátiles que usan cerca de 150 vatios o las supercomputadoras que requieren 21 millones de vatios para funcionar. Estas últimas están asociadas al desarrollo de la Inteligencia Artificial.
Estimaciones del Proyecto Cerebro Azul de Suiza, refieren que imitar los procesos de pensamiento de un cerebro humano requeriría alrededor de 2.7 mil millones de vatios.
Esto hace que nuestros cerebros orgánicos sean muchos millones de veces más eficientes energéticamente que los sistemas de IA actuales, que requieren hasta 2.7 mil millones de vatios.
Los expertos explican que esto ocurre porque el cerebro es capaz de integrar procesamiento y memoria de forma eficiente, mientras que los sistemas de IA mueven grandes cantidades de datos entre componentes, lo que dispara el consumo energético.
El trabajo realizado por Klaus M. Stiefel y Jay S. Coggan, titulado “Los desafíos energéticos de la superinteligencia artificial”, del Instituto de Investigación NeuroLinx, La Jolla, CA, Estados Unidos, refiere que “la tecnología contemporánea de computación de semiconductores plantea una barrera significativa, si no insuperable, para el surgimiento de cualquier sistema de inteligencia artificial general, y mucho menos uno que muchos anticipan como superinteligente”.
Asimismo, los expertos en neurobiología comentan que “es improbable que una inteligencia similar a la del cerebro humano surja de simulaciones abreviadas de un cerebro humano” y agregan que es aún más improbable “desde el punto de vista energético, superar a los cerebros biológicos al utilizar procesadores de semiconductores de silicio”.
El reto entonces es cómo hacer más eficiente y sostenible la IA. Ambos expertos se suman a lo que otro grupo de especialistas exponen sobre la computación neuromórfica.
Al respecto, Stiefel y Coggan precisan que esta pudiera servir para realizar cálculos más eficientes; no obstante, explican que “para replicar el rendimiento de un cerebro humano, no es necesario reproducir la estructura y función exactas de sus complejidades biológicas. Coincidimos con esta idea, pero argumentamos que, en cualquier caso, se debe realizar la misma cantidad de computación”.
Además de las consecuencias energéticas que impone el desarrollo y uso de las IA, la otra debilidad que tiene frente a la inteligencia humana es el trabajo colectivo.
En este sentido, la inteligencia grupal humana, a la que también hacen referencia en el estudio de los neurobiólogos, es fundamental para el rendimiento de la especie, pues existen al menos 8 mil millones de cerebros humanos coexistiendo y entreayudándose en la ejecución de tareas simples y complejas, aportando soluciones colectivas.
Todo estos datos, aunado a la gran capacidad que tenemos como especie humana para pensar, razonar, formular ideas propias, hace casi efímera la posibilidad de que la IA nos pueda superar.
Comprender lo que diferencia a los humanos de la IA nos ayuda a navegar en un mundo donde las máquinas nos imitan cada vez más.
La IA procesa e imita, pero solo los humanos sienten, crean y buscan significado a partir de la experiencia, los sentimientos, la conciencia y la conexión vividas.
El fortalecimiento de nuestros atributos humanos irremplazables como la vida en comunidad, el poder amar, solidarizarnos con el prójimo, garantiza que nos mantengamos adaptables, innovadores y cada día más humanos.